Sobre aquellos alquimistas y su hermosa lección.

Tomaron el atajo a la destreza y nada podía hoy ser considerado más grande que esos dos corazones. La rebeldía que se apodera de Plaza Italia revuelve mi cabeza apuntando un estereotipo a vencer, una religión por descubrir que tomo aún más valor cuando la soledad se fue sin cumplir su infame objetivo al no poder contagiarme su típico y agridulce sabor.
Los he caratulado como “Los alquimistas” por cuestiones totalmente diferentes a las que cualquiera que lea este texto comprendería en un solo vistazo. Su don, rara vez fue aplicado en algún objeto y llama la atención encontrar todavía seres de esas características. Convertir todo en oro no era su interés, únicamente manipulaban sus facultades para crear un buen Karma.
Con el léxico que me halle más fácil en este momento, intentare explicar y referirme simbólicamente a ellos dos.
Sus características no eran otras menos ponderadas; Indivisibles como el agua, de la dureza del diamante y con la energía del sol que una tarde se durmió y perdió aquel brillo en un nublado arrebato.
Creí todo este tiempo que la transformación que ofrecen pone a la vista las decadentes actitudes morales de este mundo, Mis alquimistas (propiedad sentimental), transforman a las personas en oro rozando con una vara o un palo de escoba viejo la inexpresión y la amoldán con la suavidad y precisión al estilo más asiático.
Destella Plaza Paso a través del ventanal del colectivo que anuncia otra triste vez “A Olavarría”. Como si registraran imágenes en mi sien, como guardando en un almacén la alegría de haberlos conocido y que ellos se conozcan conmigo, levanto la manga y tiro el último Póker de Ases al decidir vivir muy pronto más cerca de ellos.
Los alquimistas, no eran más que dos adolescentes eternos con la ironía hablada a carcajadas y las desdichas pisoteadas como un cigarro que se termina y es sentenciado por el talón de su pie derecho. La tarde oscura en la que arribe de vuelta de la fría y seca australdad, ellos sabían muy bien cual eran mis propósitos y mis reglas, obviando y cediendo en que también debía seguir las suyas pero aún así no me importaba tener códigos, reglas u obligaciones, no eran más que placeres amistosos y favores recíprocos, la felicidad era innata si podía compartir aún hoy con ellos su estado natural.

Gracias.

Augusto Rivarola (15/11/2009) La Plata – Buenos Aires - Argentina

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