El limite horario que si se cumple. -Carta de lectores-

Señor Director:

Corre el año 2010, bicentenario de la patria junto a una revolución mundialista en las calles en los triunfos de la selección. Detrás, el silencio político que crece, la llegada de las elecciones, cuantas sensaciones que nos esconden debajo del tapiz.
Considerando la invitación que se nos ha extendido a los Olavarrienses para hacernos parte del “Mega proyecto turístico y cultural” que se impulsa desde las oficinas municipales, me veo obligado a escribir estas líneas.

Creyente de la postura oficial, y su visto bueno a incorporar la opinión ciudadana en las reformas políticas que se amasan dentro del gobierno de turno, lo que nos impulsa es concebir un dialogo fluido, junto a la abolición total de la indiferencia que se generó con el descreimiento entre gobierno y el ciudadano, quizás, lo que nos ha quitado las ganas de crecer.

En esta oportunidad, como comunicador de una situación de hostilidad que limita llanamente la libertad artística, la producción libre y soberana de los espectáculos musicales, y derivando en una especie de censura más que obvia, intento hacer eco de un reclamo que creció con el tiempo, maduró, y hoy brilla nuevamente con la esperanza del tan anhelado cambio.
El horario límite para los espectáculos musicales en la ciudad es inaceptable y atenta contra la ética de un estado democrático real. Aquí no ha elegido la mayoría, no nos engañemos.
Las tres de la madrugada es la hora del corte de luz, el final de la noche.
Luego de una “gauchada” de parte de Eseverri al extender el horario arcaico que el legado del Vasco Radical nos heredo obligadamente. El producto de la demagogia que ejerció, fue el mismo que llevo a la banda de rock más importante de nuestra historia a ser prohibida por primera y única vez.
La realidad es que la ordenanza impuesta que condiciona a los músicos de la ciudad parece de fabula, cualquier lector de una ciudad vecina lo consideraría. En ningún otro punto de la provincia o el país que he visitado, se registra un decreto tal calibre, que limite la expresión artística de un numeroso grupo de jóvenes y adultos que colaboran sin cesar con el renombrado proyecto “La cultura como espacio de encuentro”.

Es entendible que existan limitaciones físicas e imposturas sobre el asunto, están los vecinos que merecen descansar, así como también los que dependen del movimiento musical para alimentar a sus hijos, dueños de bares, músicos y el fiel público seguidor del movimiento y la cultura del rock, que es obligada a participar del circuito bolichero local al dejarlos sin elección, clausurando su fiesta cuando en realidad la noche de la ciudad empieza a nacer.
Las hipótesis que nacen son una multitud, desde arreglos políticos, cuestiones sonoras y de bullicios, seguridad o logística.
Es una mezcla de impunidad y humor absurdo que las discotecas o boliches que además de no cumplir los efímeros horarios de cierre que se reglamentaron en 2009, gocen de una total libertad para ejercer la reproducción musical hasta el final de la noche, superando los db –decibeles- permitidos, lastimando los oídos de los asistentes, una regulación que en los recitales de rock se cumple a rajatabla por respeto a los espectadores y a su salud.

La conclusión es que mientras ciertas ordenanzas limiten nuestra condición artística, las inversiones millonarias para crear espacios físicos donde se socializaría la cultura local son en vano. Una promoción de los rasgos artísticos más importantes de la ciudad debe ser considerada en todos sus aspectos, generando equidad para luego caminar hacia la igualdad. El rock merece una extensión más, o quizás archivar esa estúpida ordenanza sin sentido y darle rienda suelta al moustro.
Si las condiciones no son las adecuadas, se deberá prestar microcréditos y financiar los pocos espacios que quedan, debemos a una solución real, no a otra pantalla..

Hemos crecido en una sociedad desvastada por el paso del tiempo, las opresiones de un gobierno terrorista y la ausencia eterna de miles de humanos que ya no están. Hay costumbres épicas que hoy sobreviven y no por placer, sino por cuestiones de politica, dejemoslas de lado.
¡Digamos si a una extensión horaria para los espectáculos musicales!, digamos si a un trabajo conjunto y en paralelo donde el beneficio sea reciproco, donde sepamos bien cuando ponemos la pluma.
“Yo soy como soy y tú eres como eres, construyamos un mundo donde yo pueda ser sin dejar de ser yo, donde tú puedas ser sin dejar de ser tú, y donde ni yo ni tú obliguemos al otro a ser como yo o como tú.” Citando al Subcomandante Marcos.
Tengamos fe, entre todos se puede cambiar.

Augusto Rivarola – Músico

DNI: 34.942.441

 
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