Cuando vuelva a salir el sol

La cortina se corre, pero la persiana sigue cerrada. Adentro, acurrucados en algun silencio, se encuentran los testigos del dolor.
Rara vez, se habian organizado de una manera eficaz, porque si bien recordamos, nunca iban a poder ser lo que deseaban.
Cansada, atada a todos los nudos que podia haber, no rechazaban ninguna noticia del exterior, claro está, que para asimilar una tristeza tan grande, se necesitaba romper más que un solo corazón.

La historia comienza como todas, una noche de perdición, donde entre elixires se mezcla la pasión vana y todo lo demás, pero con la automatica adrenalina de sentir que el hacer es mucho más fuerte que uno mismo y no poder detenerse nunca, nunca jamas.
Todavía, esa noche, se encontraban parados en la esquina, esa esquina que contaba con un foco que dejaba a la luz toda la incoherencia y la falta de responsabilidad. Era claro que los miedos volvian a marcarlos.
Lejos, camino durante 25 minutos sin perder el rastro, mordiendose los labios y rascandose la cabeza quizas, tratando de entender el motivo de su decisión. Todavía, ardia en llamas su boca y su alma, por no haber sabido que ese era el último beso que iba a poder darle.
No se sorprendió en lo más minimo ante la solidez de sus palabras, siempre fue de frente aunque a veces mintiera un poco (igual el la iba a perdonar), se ato a la espalda su mochila y cargo con todo lo que no pudo ser y quedo en el olvido.

Razonamientos pateticos; Obvios y obviados por sentir y por querer, pero fue más fuerte el orgullo esta vez (quizás como la vez anterior) y dio las gracias públicamente a el mismo por no caer en el mismo suplicio de amor que algún dia visito y está noche, asimilo como patetico.

Dejarlo ser era una idea temerosa porque estaba la posibilidad de escapar. Pero en la posibilidad de escapar, estaba la renaciente idea de ser uno mismo otra vez y comenzar el viaje cuando vuelva a salir el sol.

Augusto Rivarola
Sabado 9 de mayo 2009.

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