Ausencias que dan escalofrios.



Todavía recuerdas aquella música que solamente elegí para vos, esa misma canción que una y otra vez se repetía mientras la habitación se cerraba herméticamente para no dar paso ni al aire, ni a la respiración pero si al final que no da tregua. Hicimos un pacto, vos caminabas para donde sale el sol y yo siempre debajo de la sombra que ofrecía un velador cubierto de tierra, le pase la mano y todas mis huellas quedarón marcadas, como las frases que tallaste en mi cama.
Hoy que volvimos a cambiar las rejas por el prado verde, que auyentamos a los que de su cara hacen una bocina y el alboroto es su primer palabra, hoy que habíamos olvidados las vulgaridades y pudimos conseguir la triste verdad es el momento de cambiar.
Las instrucciones del manual eran firmes y el fuego que las atrapo las hizo desaparecer, revienta el cielo cuando se pone de noche, sabe muy bien que vive de tristezas ajenas y recolecta pecados abnormales.
Aunque a veces me jacte de la inseguridad que poseía creo estar más acertado que Socrates está vez, cuando hablo de no volver, cuando hablo de que todo se termino y cuando preciso que el algún instante cruel solamente tus fotos te recuerden, claro, la imagen misma que no puede hablar, no puede sentir y no tiene las posibilidades de lástimar a como estás acostumbrada.
Cabe destacar que los detalles son tan sádicos que no me interesa saberlos, quiero huir, escapar, regresar y poder ver sin rencor. Nadie en su sano juicio te podría comprender, vivís en una película de burdel, es tan triste que ni siquiera podría comparar ese habito con un vicio, por lo menos aquellos dan placer aunque se pague con vida. No es un vicio, no pagaría con mi vida o con mi cordialidad por este amor, no lo haría jamas.


Augusto Rivarola

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