Hablo de vos.

Vos, que admiraste esa secuencia armándote de escudos inmorales para no ceder ante el amor y ella que fumando te esperaba, admite tranquilamente su estado de estrella en todo este circo.
Todos aquellos, mirando lo que sucede, timbeando con la piel ajena, revolviendo los barriles que están cubiertos por lo que queda de las almas sumisas vacías por dentro, pero con la piel reluciente, brillante por el bronceador charlotee, aquel que las contamina.
Ellos no nos sirven, son la muchedumbre y aunque no paresca (como nunca podemos hacerlo notar) nosotros somos la diferencia, somos el nexo entre la estupidez y el tecnicismo conservador. Somos la histeria de nuestros cuerpos que dejando todo en la pista necesitan una parada en boxes para reparar los corazones que andan desprendiendo partes por ahí.
Me detengo al mirarte y apunto con mis ojos, como si apuntara con dos misiles a tus labios. Esculpidos por algún que otro artista italiano, van derramando sutilezas y evocando todo aquello que yo necesitaba. Tan fino y tan explicito, que si hablamos de aquella gentileza, los dos sabemos no iba más allá de la pulcra y valga la redundancia, gentileza que nos brindamos por simpatía.
Lo abrazas y te veo y despierto otra vez. Las noches son oscuras dentro de aquel sueño que no deja en paz las pocas neuronas que sobrevivieron a la noche.
Pues estos, hablan de si mismos como espejos que nos encierran dentro del mismo habitáculo del sueño y como gobernante dictador me muestra, me avisa, me contiene y me respeta así como yo los respeto a ellos.
Flipamos y vivimos ocupándonos de idioteces hasta que encontramos con la verdad, esa misma que encuentro en vos, una verdad atosigante que me da escalofríos de solo pensarla. Por tus labios y por tus pestañas que protegen como otro escudo anti-inmoralidades a tus ojos de personas como yo.


Augusto Rivarola con una desdentada que intenta ser curada con el cariño particular de Flor (jaja).


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