Sobre la polaca.

El rockero había terminado de respirar por tercera vez y lo invadió otra vez aquel sabor amargo de las distancias. El sur con su frió, las nostalgias que desfilan en la pasarela de lo penoso y los anti-románticos de siempre que atinan a explicar sus ideas adormecidos todavía, prensados en aquel reciente "delito".
La polaca se pasea siempre por ahí, dichosa de su estado y conciente del pasado, es una tipa bien puesta que muchas veces sabe lo que quiere y otras veces intenta averiguarlo. Con la suerte echada en cualquier boludo, extraña aquellas imagenes de los sucedido que figuran más como guias turísticas que como sentimientos.
La polaca tiene en la frente marcado su próximo destino, se arruga al ver que las cosas no salen como las espera y otra vez necesita escapar de aquel letargo. La cocaína no le alcanzo para disimular aquella histeria gobernante del vació que la reinaba, las locuras acarrean otras locuras que en algún punto se desencuentran para calmar aquel mono que llevamos dentro. Ella, simpática por despecho y amor, habilidosa para incluir en cualquier plan o guerra, llevaba aquella remera de siempre (la de todas las noches) debajo del vestido de gala que le impusierón por haber callado. Lo de ella no era la fidelidad, la polaca como tantas otras con sus raíces adoraba al rockero, lo esculpía en grandes esculturas en su cabeza todas las noches y lo soñaba con gracia para no llorar, para no ceder, sus atributos bien marcados eran tan jocosos que nadie podía sospechar aquellas tiranías, el clero y los burgueses ignoraban aquella receta magistral, la polaca era el remedio que todos buscamos cuando necesitamos el mejor afecto y la comprensión necesaria, pero de su boca escapaban sentimientos aún no definidos que quizás arruinarían el momento del clásico rockero.
tronando los dientes y escupiendo el desprecio, recorrió su sien para ubicarse en aquel amor que tanta carencia había sufrido, la polaca estaba en sus venas como la mismisima sangre y deshacerse de ella significaba el inminente deceso. Su cerebro habia sido carcomido, el amor se llevo todo edificando sobre la locura y el deseo, la pasión esfumandose advirtió (¡No siempre podre ayudarte, hasta aquí llegue!) eran tiempos de verdades y de despedirse otra vez.
El silencio, como tronido maquiavélico aumentaba las pulsaciones de los dos, el sábado por la noche, rindiendole los honores necesarios a su dios no hubo otra histeria por responder y los círculos se cerraron. el homenaje a tal actuación fue magnifico e intolerante cuando acabo.
la solución no era el adiós ni el hasta luego, el único camino era seguir con todo esto.

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